sábado, 23 de mayo de 2015

El silencio, #AlCieloSuColor



Ojalá ocurra algo así, porque no quiero pasarme todo el domingo pensando en que Daniel también sintió ese silencio, y que ahora nos debemos, por menos, una explicación de aquello que sentimos. Porque queda claro que sentimos algo, no es solo un silencio y ya. Sino que fue el silencio. Un momento, un segundo, que cambió mi vida por completo.

sábado, 9 de mayo de 2015

Al cielo su Color, Capítulo 1



Hundo la nariz en el suéter e inhalo profundo. Me encanta el aroma. Es como si la suave tela pudiera llevarme a otro lugar por el simple hecho de olerla.
Me miro en el espejo.
Qué horror de cabello. Mi atuendo va perfecto, pero mi cabello es otra cosa. Lo odio. No hay modo con él.
Al final, decido sujetarlo en una cola de caballo y ya está. Que no digo que se vea perfecto, pero que se ve más decente así que dejármelo suelto, porque me llega por debajo de los hombros y seguro se me verá horrible.
Suspiro.
Tengo que ir al colegio, así que tomo mi bolso, reviso las cosas, y repaso mentalmente que todo esté en su lugar. Vuelvo a revisar y compruebo las tres cosas que no me pueden faltar; ahí están: iPhone, cartera y llaves.
Bajo las escaleras y me voy directo a la cocina mientras repaso mentalmente mi itinerario para ese día:
A las 8.00 am tengo clase de Matemáticas Avanzadas; después, a las 10.00 clase de Expresión Artística, a las 12.00 clase de Filosofía y a las 2.00 pm tendré la tarde disponible.
¡Qué flojera!

Al terminar la primera clase que ha estado para morirse, me han dicho que hay reunión de Consejo Estudiantil. Yo formo parte de ese Consejo gracias a mi padre, quien es miembro honorario de la Institución pues ha dado generosas aportaciones para su expansión. Pero no todo es tan malo, gracias a Dios también está mi mejor amiga Sandy.
Así que ahí estaba yo, en el aula de usos múltiples, esperando a la señorita Malaliento López, para hablar sobre la organización del baile de graduación y las actividades subsecuentes.
Me da una flojera inmensa estar aquí. Odio los bailes. Eso de escoger vestido, esperar a que un guaperas te invite y todo eso, sí me hace mucha ilusión. Pero tengo dos pies izquierdos, así que toda esa ilusión se me viene abajo cuando imagino el ridículo que haré si me sacan a bailar.
Ni pensarlo.
Por otro lado, no es solo un baile. Es el baile. Ahí puedes asistir con la persona que te guste y ambos tienen completa libertad para hacer lo que les venga en gana puesto que, al ser el último año, esa oportunidad de hacer locuras no se presentará otra vez.
Del modo que sea, no me alegra en absoluto estar aquí, aunque me sirve para saltarme la clase de Expresión Artística y eso me viene de perlas porque no solo no tengo dos pies izquierdos, sino que además me falta un poco de coordinación en las manos. En fin, soy un caso perdido.
La señorita Malaliento López —conocida así por toda la escuela—, abre la puerta del salón, nos saluda y deja que detrás de ella pase un chico. Es alto, tiene la piel nívea y sus ojos son de color verde aceituna…
Dios, ¿por qué me fijo en él? ¿Qué puede tener de interesante? Parece un chico normal, como todos los demás. Aunque me pongo nerviosa sin saber por qué. Me siento incómoda con su presencia y de pronto tengo ganas de huir.
Qué raro.
Pero sopeso mis opciones: el chico bloquea la entrada, pero saltar por la ventana hará que me fracture, cuando menos, las dos piernas.
Ni hablar. Que me quedo. Soy muy joven para morir, aunque si no muero por lanzarle de la ventana, seguro que se me viene un ataque cardiaco porque el chico me ha puesto los ojos encima.
Desvío la mirada.
— ¿Estás bien, Rosy? —Me pregunta Sandy cerca de mi oído, sacándome del ensimismamiento—. Parece que quieres vomitar.
—Estoy bien —respondo—. Solo me he mareado un poco.
—Ya. Mareo. Claro —dice con sarcasmo en su voz—. ¿Segura que no ha sido por el chico que está en la entrada?
Me río con ganas. ¿Yo fijarme en ese chico? Por favor, no tiene nada de especial. No es que al verlo se haya iluminado el día y se haya detenido el tiempo ni nada por el estilo.
Lo miro de reojo, y él sigue mirándome. ¿Qué diablos pasa con él? Para hacerle saber que no quiero hacer migas con él, le frunzo el ceño y desvío la mirada. Sandy suelta una risilla tonta.
— ¿Podrías contarnos el chiste? —Inquiere la señorita López mirando a Sandy con cara de pocos amigos y luego, al fijarse en mí, pone los ojos en blanco.
El chico, que sigue mirándome, se ríe bajito y la maestra la fulmina con la mirada también. Ambos se pasan, toman asiento frente a nosotras y la señorita Malaliento habla:
—Gracias a todos por estar aquí. Como bien saben, nos reunimos aquí para hablar acerca del Baile Anual para los Graduados de la Escuela Preparatoria San Patricio —dice como si comentarnos el nombre completo del baile fuese toda una religión—. Necesitamos dejar un panorama claro y después irlo desmenuzando hasta convertirlo en acciones concretas, ¿queda claro?
Todos asentimos como señal probable de que nada está claro y yo finjo escribir todo en mi libreta.
—También quiero presentarles a Daniel —señala al chico sentado a su lado quien hace un gesto con la mano—, quien estudia Ingeniería y realizará sus prácticas profesionales aquí, por lo que les pido le ayuden a integrarse a nuestra comunidad estudiantil…
Después de aquello mi mente desconecta y me concentro en las cosas más efímeras de la vida. Miro por la ventana, tratando de responder qué hace que las hojas de los árboles se tambaleen de un lado a otro si, aparentemente, no hay aire que las mueva.
Me fijo también en cómo se mueven los labios de la señorita López. Si lo de su mal aliento es solo un mito escolar o en realidad tiene problemas con su salud bucal y en por qué no lo he notado yo. Quizá porque jamás me acerco lo suficiente.
Me fijo en el chico llamado Daniel. Le pongo los ojos en blanco cuando reparo en que él me ve, y me siento estúpida al ponerme nerviosa. Quizá eso de los nervios es porque tengo hambre. Imagino también que ha de ser por un sinfín de razones ajenas a él. Me fijo en que, debajo de su oreja, parece haber un tatuaje. Pro no alcanzo a ver la forma así que me estiro un poco. Daniel se reacomoda y ahora es casi imposible verle el tatuaje, pero me estiro un poco más.
Solo un poco más, me aliento a mí misma… Y la butaca se me va de lado y me caigo de lleno.
¡Qué vergüenza! Si para idiotas, yo.
— ¿Estás bien? —preguntan casi todos y es mejor negar con la cabeza, poniéndome roja como un tomate.
— ¿Estás bien? —vuelve a preguntar una voz, y es de Daniel.
Lo miro, pero no sé qué contestar.
¿Estoy bien? Al parecer sólo me he caído de bruces pero tal parece que me he pegado al suelo. De inmediato me pongo nerviosa. Qué vergüenza estoy pasando.
—Sí…—logro contestar como una boba.
El chico sonríe. Si será cabrón. ¿Se está burlando? Me ofrece su mano para ponerme de pie, pero no se la acepto. Notará que estoy hirviendo. De súbito mi temperatura pasó de normal a gravemente alta y pensará que es algo más grave. Ya tengo bastante con que sepa que soy tan torpe que no puedo caminar y masticar chicle a la vez.
—Estoy bien —respondo y me pongo de pie acomodándome el cabello detrás de la oreja—, es solo que me siento un poco mareada.
—Entonces deberías ir a la enfermería —dice la señorita Malaliento López, pero lo dice en un tono que parece darle igual si me desmayo o no.
Empero, prefiero hacerle caso. Salgo del salón y lo primero que me viene a la mente es: ¡Dios, qué bochorno! Pero qué bochorno. Si ya decía yo que la mejor opción era saltar por la puñetera ventana.
Me meto al baño donde me mojo la cara y respiro profundamente tratando de ralentizar mi ritmo cardiaco. Que si no me he aventado al vacío y si no me ha pasado nada con la caída, seguro que me muero sino regularizo mi respiración.
Me miro en el espejo.
Los nervios van pasando aunque se me ve una cara de espanto. Mi respiración se calma y parezco ser más consciente del ridículo que he pasado. Pero venga, si yo ni quería estar en esa estúpida reunión…
Salgo del baño y tengo que entretenerme con vicisitudes hasta que la reunión termine. No pienso regresar ni en un millón de años por la vergüenza que me da, pero tampoco quiero ir a clases donde, sin Sandy, lo pasaré fatal.

Así que vago por la escuela. Me paseo entre salones, y salgo al jardín, donde el aire me responde aquella pregunta de por qué las hojas se movían. Vuelvo a perder el tiempo en la inmensidad, y el tiempo se me va volando. Sandy me llama cuando la junta acaba, y nos encontramos en la cafetería.
—Oye, ¿qué tal te encuentras? —me pregunta.
—Ya mejor. Solo me hacía falta tomar algo. Moría de hambre —me llevo la mano al estómago y formo círculos para hacer gráfica mi explicación—. ¿Cómo ha ido la reunión?
—Hemos dividido las actividades —explica—. Nos han acomodado en equipos, aunque al final, como tú no has estado, te toca hacer las invitaciones.
—Vale, no creo que sea tan difícil, ¿o sí?
—Para nada —Sandy se encoge de hombros y después agrega—. Además, te ha tocado con Daniel. ¿A qué está buenazo el tipo?
— ¿Qué estás diciendo? —le pregunto con los ojos abiertos como platos.
—Que está buenazo —repite mi amiga.
—No, eso no —le espeto—. ¿Qué me toca hacer las invitaciones con él?
Pues nada. Que ahora mismo voy con la maestra Malaliento López y le digo que no quiero hacer las invitaciones y ya está. No tiene por qué obligarme, ¿o sí?
—Ni hablar —le digo a Sandy—. No pienso hacer ese trabajo ni ahora ni nunca.
— ¿Por qué? —Me pregunta—. ¿Por qué te vas a caer de culo cada vez que veas a Daniel? —se ríe—. Pero ¡venga!, no seas cobarde, Rosy. En lugar de estar pensando en aquello, yo estaría pensando en ponerme las mejores ropas, perfumarme e ir a por él.
Suelto una carcajada.
—Seguro —respondo—, porque es lo primero que una chica debe hacer cuando conoce a un tipo buenazo.
—Yo lo haría —apostilla alzando los hombros.
—Pues entonces la que va ir a por él, serás tú, querida.
—Que sí, que sí. Que cambiamos lugares y ya está —concluye.
Pero no quiero cambiar de lugares… aunque no me preguntes por qué.
Al final sonrío. Le digo que sí, que cambiamos de lugares porque yo no pienso mover un dedo para hacer las invitaciones y ella me dice que ya veremos.
Ni ya veremos, ni leches. No haré las invitaciones con el tipo buenazo. Y cuando digo que no, es no y punto.
Si para tercas, yo.